(Andanzas
y pitanzas del maestre de la Cuchara de Palo)
Por
real orden del año 1748 la Sierra de Segura quedaba constituida como Provincia
Marítima, a solicitud del entonces Ministerio de la Marina Real, en lo que a
primera vista nos podría parecer todo un contrasentido.
-- ¡Cómo!, ¿un
territorio de tierra adentro bajo el dominio de la Marina?
-- La madera, señor
maestre, la madera que le quitaron a la sierra para construir los barcos que
traían el oro de las América. Que con estos bosques se descubrió la mitad del
Nuevo Mundo, se calentó media España y se apuntaló la otra media. Y al final
todos nos olvidaron y no se vio por aquí más metal brillante que el filo del
hacha empapándose en la resina.
Así se me quejaba
Andrés "el de los lobos",
viejo serrano de quien se decía que lloró en el vientre de su madre, y que por
tal motivo tenía la gracia de haber ahuyentado de niño a los lobos, y a falta
de ellos en la vejez se dedicaba a echar con mucho acierto las tornas y las retornas de las cabañuelas.
En la sierra, al
abrigo de una buena lumbre, oí contar muchas historias de aquellos pinares, de
sus peores enemigas las cabras, de los hacheros, los aserradores, los
tronchadores, y las demás gentes de la madera.
-- ¿Sabe usted, señor
maestre, que ya los romanos hacían las cortas en el invierno? Y hasta los
hacheros de aquellos tiempos tenían una divinidad como patrona a la que
llamaban la diosa Puta. No porque fuera mujer de la vida alegre, no, no, sino
porque en los latines que hablaban los romanos al que cortaba y podaba le
llamaban putator, y con lo que
cortaban le decían putamen y a cortar
lo denominaban putare. Sí, sí, me lo
contó hace años un ingeniero forestal que se le metió al buen hombre en la
cabeza que el pino carrasco era un
árbol feo porque tenía un tronco tortuoso y con muchos nudos, a diferencia del
pino salgareño que es limpio y alto,
como un señorito vestido de feria.
Y siguió hablando
Andrés "el de los lobos",
que aunque era hombre de pocas letras, tenía buena memoria para recordar todo
cuanto oía. Así siguió contándonos que mucha madera de esta sierra se llevó en
tiempos de los moros al puerto de Almería, que era donde se amarraba la flota
califal y donde se hacían los mayores barcos de entonces. Aquel puerto mercante
árabe fue quien abrió la primera ruta naval de la madera de estas sierras hacía
los astilleros, hasta que Cartagena le quitó el puesto en el siglo XVIII.
Y viendo que la
conversación se animaba y que el hambre arreciaba en el estómago, el bueno de
Andrés dejó de hablar y le puso manos a la sartén comenzando a preparar un ajo de los hacheros con níscalos, tal y
como lo tomaban en las jornadas de cortas de su juventud. Y volvió a
preguntarse por qué aquel ingeniero insensato diría que el pino carrasco es feo, y argumentó que para
saber de la sierra había que haber ahuyentado a los lobos de niño y saber cuándo
ha de llover por el vuelo de los pájaros. Y que el feo, sin duda, era aquel
ingeniero insensible que se metía con la hechura de los pinos. Y... así hasta
que el sueño nos venció, y antes de darnos cuenta ya nos había amanecido en la
Nava. Y un extraño silencio de rocío reinaba en los pinares, quietud de
espíritu que no hube de olvidar jamás.
Ajo hachero con níscalos. |
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