sábado, 2 de noviembre de 2013

Las gastrosofía de los diminutivos



El escritor italiano Umberto Eco, catedrático de Semiótica de la Universidad de Bolonia, y autor de la novela-icono “El nombre de la rosa” (1980),  ha decidido reescribirla y hacerla “accesible a los lectores actuales”, más proclives a  utilizar internet y otros soportes digitales. La semiótica, disciplina de la que es catedrático Eco, versa sobre los sistemas de comunicación, y sus signos, dentro de las sociedades humanas. 
Economía de signos para comunicar gran profusión de conceptos parece ser la tendencia actual en el “lenguaje SMS” de los teléfonos móviles, o en los ciento cuarenta caracteres máximos permitidos para escribir en Twitter,  ejemplos que nos retrotraen al viejo adagio gastronómico de “brevis oratio et longa manducatio”, algo así como menos palabras y más comida.  
Huyamos pues de los nombres largos que nos definen y nos describen un plato, tan en boga en la cocina de la “deconstrucción” del “ferranadrianismo”, y acerquémonos a la concreción literaria de un plato al grito de “¡chominás las precisas! ahora que una vez “deconstruido lo construido”  hay que “deconstruir la deconstrucción”, como con el tranvía de Jaén. Hay que devolverle a la tortilla de patatas su origen estructural, conceptual y semiótico, que es, según parece, como está más rica. 
En la gastronomía de nuestros tiempos de crisis hay que huir con pavor de aquellos profesionales que cuando nos ofrecen sus viandas nos hablan con diminutivos, como si fuéramos niños “semigilipollas”. El “tomatito con su aceitito” que nos ofrecen suele costarnos luego un “pastón” (aumentativo) en la factura que nos cobran. A veces, con este cuento, se nos cobra más por las “chuletitas” que por el “chuletón”.  
Si tuviera la oportunidad de tomarme una “cervecita con unas gambitas”, o un “riberita con jamoncito”, con el maestro  Eco en uno de estos establecimientos nuestros, le preguntaría si su aligerada novela-icono habría que llamarla, en sintonía con la moda, “El nombre de la rosita”, aunque luego se nos cobrara más por ello, para albricias y regocijo de la maltrecha SGAE.


viernes, 1 de noviembre de 2013

Las gachas dulces de Todos los Santos

Gachas dulces de Todos los Santos



...Y EL VIVO A LA HOGAZA
(Una reflexión sobre la vida y la muerte a proprósito de las gachas dulces de Todos los Santos)

Hay quien ha dicho, con cierto sentido burlón, que "la vida es una aventura de la que nadie sale vivo", asociando el hecho de irse al "otro barrio" con la única circunstancia vital que no tiene remedio: Morirse.

Tal vez sea por ello por lo que, sabiendo de antemano el desdichado final de tal aventura, tratemos de dilatarla en el tiempo todo lo que sea menester y hacerla lo más llevadera posible, pues por mucho valle de lágrimas que aquí tengamos son muy pocos los que quieren irse; que de todos es sabido que "como la casa de uno no hay ná".

Decía Paco "El Roso" --así apodado por llamarse Rosa su madre--, viejo filósofo del terruño, hombre sabio de esos que saben predecir el tiempo por las cabañuelas y cubicar desde lejos la cosecha de aceitunas por el color del olivar, decía --repito--, de forma tajante y definitiva, que “de esta vida sacarás panza llena y poco más”; y había veces que el adagio lo picardeaba aseverando que “de esta vida sacarás lo que metas y nada más”. Y debe llevar razón cuando, curiosamente, el primer refrán de alto calado relacionado con las cosas del comer que sentencia Sancho Panza en El Quijote (I, 19), en una aventura que recuerda el traslado de los restos de San Juan de la Cruz desde Úbeda a Segovia, es aquel que en boca del buen escudero suena así:"...y, como dicen, váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza".


Llegando el primer día del mes de noviembre, es tradicional que nos acordemos de todos los que se nos fueron para siempre, pero sin perder de vista la hogaza. En prácticamente todas las villas y ciudades del Reino de Jaén han existido las antiguas Hermandades de las Ánimas, cuyo cometido no era otro que recaudar fondos para sufragar las misas y los rezos que hicieran posible que las almas en pena encontraran la paz eterna definitiva. La noche de tránsito desde el día de Todos los Santos (1 de noviembre) hasta el siguiente, el de Todos los Difuntos, es el tiempo propicio para que los vivos se enteren del posible descontento de sus muertos, pues no es menos cierto que muchas de las hogazas que se comen algunos vivos se han amasado con los sudores de muchos de sus difuntos, y a veces hasta contra el deseo y las preferencias que en vida tenía el propio finado, que no hubiera visto con buenos ojos, de tenerlos abiertos, como algunos holgazanes y tragapanes hacían sopas con su harina y los sudores que les costó ganarla. Plantearse eso de noche, mediado el otoño, cuando las mariposas de luz --ancestrales luminarias-- nadan en el tazón sobre el aceite dibujando tenebrosas sombras, siempre suscita algún que otro remordimiento, cuando no mucho canguelo, pues si bien es cierto que nadie ha vuelto del otro sitio, cualquier día puede ser el primero, como bien decía la tía Jesusona, como purga de su alma y general susto de los niños que la oíamos.

En Baños de la Encina --y en Guarromán también por efecto de la proximidad geográfica-- es tradicional que para esas fechas los hombres abandonen el pueblo pasando la Noche de los Santos en el campo, junto a un fuego, en un chozo de la sierra o en alguna pequeña cortijada.

Según me contaron durante una noche que también "fui de Santos", tal circunstancia es debida a que antaño esos días las campanas de la iglesia no dejaban de "tocar a muerto", lo que creaba el normal desasosiego y la consabida congoja de ánimo, contra los cuales “no hay mejor remedio que empinarse un medio" (medida tabernaria para el medio litro de vino que se expendía en las clásicas botellas de anis labradas) lejos de tan lúgubre sonido, y acompañándolo de alguna que otra engañifa de cerdo. Mientras tantos las mujeres acudían a las misas pertinentes, preparaban gachas dulces de harina con tostones de pan, acompañadas de miel, o leche caliente, según el gusto del lugar. Los niños, como broma, les echaban trozos de corcho que los más viejos confundían con el pan frito, poniéndoles a prueba sus maltrechas dentaduras; y con la masa sobrante tapaban los ojos de las cerraduras de todas las puertas y candados de la casa, para que ninguna alma en pena, errabunda en la eternidad de los tiempos, pudiera entrar en ella durante una noche tan señalada, en la que los escalofríos nunca se sabe sin son debidos a los fríos del otoño, o al susto que nos da hablar del embarcadero de “la nave que nunca ha de tornar”, que diría el desnudo hijo de la mar, mi admirado don Antonio Machado.


RECETA DE LAS GACHAS

Ingredientes: Medio kilo de harina de trigo, medio litro de aceite de oliva virgen extra de la variedad picual, una cucharadita de granos de matalahúva, un cuarto de kilo de azúcar, 2 litros de agua templada aproximadamente, y miel o leche caliente para acompañarlas.

Preparación: Se vierte el medio litro de aceite en una sartén de cuenco hondo. Se pone ésta al fuego y se deja calentar hasta “desahumarlo”, friendo en él unos cuarenta trocitos de pan duro (dados de un centímetro y medio de lado) para hacer los tostones.
Cuando veamos que están dorados se sacan de la sartén y se ponen a escurrir sobre un papel absorbente para que no queden grasientos.
El aceite en el que hemos frito los tostones lo pasamos por un colador y limpiamos la sartén para que no queden migas de pan frito. Vertemos en ella siete cucharadas soperas del aceite que hemos colado junto a una cucharadita de granos de matalahúva y el medio kilo de harina, la cual freímos, sin que llegue a tostarse, para que pierda el sabor a cruda.
A continuación echamos un litro de agua caliente (se puede sustituir por leche pero entonces las gachas nos saldrían menos compactas, como si fueran una bechamel) poco a poco para que la vaya absorbiendo la masa de harina mientras vamos moviendo con la rasera, procurando que no se hagan grumos. Sabremos que ya están listas cuando forman un cuerpo pastoso y uniforme.
Entonces agregamos los tostones, la miel o la leche caliente azucarada, según se quiera.
Lo tradicional es comerlas en la misma sartén por el rito de "cuchará y paso atrás".

(Cocina Jiennense. Coleccionable del Diario Jaén. Tomo I. 1996)

 José María Suárez Gallego ©